Mi mamá. Buenos Aires, Lecturita ediciones, 2022. Mi mamá es un álbum escrito por Sandra Siemens e ilustrado por Rocío Araya, publicado por Lecturita en 2022.
Tanto el texto, narrado en primera persona por una logradísima voz infantil y las ilustraciones, que replican el trazo de una niña, conforman un diálogo amoroso en el que se funden el lirismo, la poesía, los tonos apastelados y los dibujos hechos con lápiz negro y crayones. Elementos que dan vida a un micro cosmos en el que el afecto se impone ya desde la tapa con la ilustración de la mamá rozagante y sonriente.
Madre e hija, en casi todo el libro, tienen las mejillas coloreadas como pimpollos. No hay caras tristes ni situaciones densas. Es un transcurrir en plenitud.
La protagonista disfruta del vestido con flores de su mamá. Ese vestido tiene bolsillos casi mágicos, en los que puede caber un universo.
Las flores del vestido y una que se desprende y vuela, son metáfora de la fertilidad feliz con toda su impronta. El dar y recibir construye un equilibrio que se sostiene a través del tiempo, durante todo el texto. El caminar por la cuerda es otra metáfora que habla del juego de vivir y sus riesgos.
El peine se hace piano y los cabellos vasos comunicantes. La melodía íntima surgida de la música del peinar, se despliega en el encuentro cotidiano. Es una música particular, sin sonido, de resonancia interior. Sonido secreto creado para compartir con el hijo. Cada uno posee su melodía, única e irrepetible.
En el transcurrir, la madre y la niña van cambiando, desde la pequeñita que cabía en la palma de la mano hasta la casi adolescente de los trazos finales, pero el amor, el clima lúdico y el encuentro, expresado en las miradas, permanecen inalterables.
Tres viñetas con fondo blanco muestran tres escenas amorosas en el transcurrir del tiempo. La nena está creciendo y la mamá también. Lo invariable, las mejillas sonrosadas.
El cambio se evidencia en las expresiones, los diferentes peinados y la ropa de la madre, de distinto color en cada viñeta, además hay placidez en los rostros, compenetración en el abrazo y define a su madre como “una casa acogedora y cálida”. Posteriormente, al continuar la reflexión piensa que su mamá cambia y “sabe hacer las cosas que hacen las mamás, pero hay algo que solo ella sabe hacer… me doy cuenta de que mi casa es mi mamá.”
El libro, dedicado a las madres de las autoras, es un homenaje al lazo inconfundible entre madres e hijos. Lazo que se manifiesta en el collar de azabache, otra metáfora del plus amoroso.
Las imágenes establecen con los textos un diálogo armónico. Las palabras vierten la interioridad del yo poético: “Entonces los ojos se le cierran para hacer lugar. Sabe reírse todo el tiempo mi mamá…” La ilustración expande mediante colores cálidos y trazos infantiles el mundo afectivo.
Mamá es un libro álbum que abraza al lector, lo lleva a los momentos más plenos de la relación madre-hijo. No hay tropiezos, se desliza en un tobogán sereno. Cada página es un abrazo y una posibilidad.
Ferrari, Andrea. Detrás de la máscara. Buenos aires, Alfaguara Infantil Juvenil, 2022
En un reportaje reciente, Issa Watanabe, autora de Migrantes, afirmó que los libros sirven para abrir el diálogo en un espacio de silencio, generar una interpretación que abra hacia lo que cada quien tiene para decir.
Detrás de la máscara cumple con esta premisa. Ya desde la contratapa se proponen algunos temas para comenzar ese diálogo al que refiere Issa. ¿qué mostramos de nosotros mismos?, ¿qué queremos ocultar?, ¿cómo enfrentamos la mirada de los otros? Podemos sumar otras tantas inquietudes que nos movilizan en los tiempos de COVID en el que se desarrollan estas historias de amor y de solidaridad: ¿cómo saldremos de esta situación?, ¿mejores y más solidarios?, ¿más individualistas y mezquinos?
A dos de los protagonistas de la novela la pandemia los sorprende en la adolescencia.
Roberto está sumido en una serie de situaciones que lo avergüenzan y lo inquietan: no tener padre, dejar de ser hijo único para ser hermano mayor, mudarse a un departamento caja de zapatos, sus granos… Llega el COVID con todos sus miedos y protocolos, entre ellos, el barbijo. Y al chico, lejos de limitarlo, lo potencia, lo habilita, lo salva. El barbijo, le sirve para cumplir su deseo: ser un sin-vergüenza.
Como una de las tantas consecuencias de la expansión del COVID, Melina encuentra su primer trabajo como cajera de un súper chino, escenario del encuentro entre los protagonistas.
La otra protagonista es Liz, una señora mayor vecina de Roberto. Ella y su esposo están confinados por la pandemia, entonces el chico comienza a hacerles las compras en “ese” chino del barrio. El vínculo entre ellos se va afianzando hasta tornarse en una amistad.
Retomando la idea del diálogo, me parecen muy interesantes las distintas formas de comunicación que tienen los personajes. La relación entre Roberto y Liz es a través de la puerta cerrada y de la luz que se establece entre la puerta y el piso. Por ese filo se pasan las cartas del truco, fotos de otras épocas, dibujos, voces y reflexiones. Que todos tenemos máscaras, que es bueno desprenderse de ellas, que lo material no revela como es la gente. También, algunas veces la puerta se entreabre para pasar una taza de café con leche y torta. Los diálogos entre Roberto y Melina son barbijo a barbijo, por chat, por algunas excusas (como enseñar a hacer RCP o explicar ejercicios de matemáticas) y por los dibujos del chico.
Pero estas conversaciones, un día, tienen un punto de no retorno. Una mudanza y un tapabocas a destiempo arruinan la relación entre los jóvenes. Pasado un tiempo, y en el marco de una gran tristeza, logran el reencuentro. La pandemia se toma un respiro y esto afianza la relación juvenil. Los chicos pueden visitarse y continuar ese vínculo que, sin dudas, los hizo crecer.
Así también crecimos los lectores. Las historias de Roberto, Melina y Liz y sus familias nos permiten repensar nuestros propios vínculos de amistad, de amor, los tiempos de pandemia y la relación con la muerte. Luego de leer Detrás de la máscara, nuestros espacios de silencio, al decir de Issa Watanabe, se completan con nuevas preguntas, nuevas respuestas y nuevas interpretaciones. Quizás, se develen algunas máscaras también.
Para hablar de los múltiples trabajos que rodean a la actividad editorial recurrimos a un amigo, Walter Binder, que nos hizo un sentido relato de su gran trayectoria en el rubro, desde librero, feriante o distribuidor a editor y también autor. Los doce trabajos de un Hércules de Parque Patricios, podríamos decir, ¡y eso que no le pedimos que nos cuente de sus trabajos como electricista o pintor de corbatas!
LOS TRABAJOS DEL LIBRO
Por Walter Binder*
[su_row][su_column size=»1/2″ center=»no» class=»»]Durante mi etapa de maestro de grado, en el afán por transmitir mi pasión por la literatura, me gané el apodo de Waly. Mi insistencia con la lectura producía un paradójico efecto, los chicos me bautizaban con el nombre de un personaje que tenía mucha más relación con lo lúdico que con lo literario. Y la alquimia no estaba nada mal.[/su_column] [su_column size=»1/2″ center=»no» class=»»][/su_column][/su_row]
Claro, tampoco puedo desentenderme de los juegos de palabras que eran moneda corriente en las clases de lengua. Justamente un malabar de palabras me acercó a mi siguiente trabajo: Librero. Un aviso en clasificados del diario Clarín decía: Buscamos señorita con amplios conocimientos en literatura infantil y juvenil. Indispensable buen trato con niños. Me presenté en las oficinas centrales del Fondo de Cultura Económica, entonces en la calle Suipacha, aclaré que no era señorita pero sí la persona más idónea que se presentaría para el puesto ofrecido: Encargado del sector LIJ de la espectacular Librería del Fondo que en 1994 se inauguraría en la avenida Santa Fe. Un extenso cuestionario oral y otro escrito corroboraron mi fanfarronería. De esas épocas mis medallas son: haber sido el librero de María Elena Walsh. Haber conocido a Daniel Goldín y comenzado una amistad que me alimentó enormemente. Y que los padres de mis asistentes a talleres organizaran una protesta cuando las esquirlas del “efecto Tequila” detonaron mi despido. Por aquellas épocas, los docentes estábamos embelesados con las publicaciones de Libros del Quirquincho, bellísima experiencia que al retorno de la democracia había encabezado Graciela Montes. Pero a esa altura la editorial se encontraba a la deriva, sin Graciela desde hacía varios años y con muy malos manejos de su ex socio. Por supuesto, eso no sería obstáculo cuando se me presentó la oportunidad. Mi ex jefe en FCE me dijo, “te recomiendo para donde quieras”. Y así, carta en mano, me aparecí en Libros del Quirquincho para terminar dando talleres en sus famosas ferias itinerantes en escuelas: La Fiesta del libro. Un año y medio después nos comunicarían el cierre del histórico Departamento de Ferias de la editorial, gracias al cual recorrí escuelas por todo el conurbano y me codeé con Adela Bach, Mario Méndez, Luis Pescetti y Anahí Rosello. Justamente Anahí me dijo: “Se cierra pero quedan un montón de Ferias programadas en escuelas. Es una pena cancelarles. ¿No las querés hacer vos por tu cuenta?”. Llegaría el momento de ser trabajador autónomo en el sector. Saqué CUIT, imprimí facturas: —¿Qué nombre de fantasía? —preguntó el imprentero. —Y… La Fiesta del Libro. Pinté a mano unos manteles con mi nuevo logo, que buscaba sostener ese valioso proyecto pedagógico que tenían las ferias originales y empecé a sobrecargar de cajas el auto de mi viejo.
Esta es una etapa muy importante para mí, de recuerdos hermosísimos. Las charlas de bienvenida, la orientación para chicos y padres, las lecturas y siempre la aclaración: “no es obligatorio comprar, lo obligatorio es tratar de conocer muchos libros nuevos y tratarlos con cuidado”. Esa visita a la feria, esos cuarenta minutos una vez en el año, tenían un efecto muy poderoso. Al volver a encontrarnos, si regresaba a la escuela un año después, gran cantidad de chicos recordaban mi nombre, lo que les había recomendado y lo que les había leído. Eso recargó mis convicciones, me dio total certeza: la lectura, los libros, son poderosos. Crean vínculos, despiertan intereses y curiosidades hasta de quienes creemos menos interesados. Al poco tiempo de esta experiencia independiente, otra vez Silvia Schujer y uno de sus libros determinarían cambios importantes en mi trabajo. En mi VIDA. A una feriante colega, también independizada a la fuerza de otra editorial, le faltaba el libro La abuela electrónica para dar un taller. Sudamericana tenía el libro agotado y Silvia Schujer le informó a la feriante Judith Wilhelm que el último ejemplar lo tenía Walter. —¿Se conocen? —quiso saber Silvia. —No. Me llamó, me explicó y me pidió prestado el libro en 1996. Nunca me lo devolvió. Judith es desde entonces mi compañera, madre de mis dos hijes y socia en cada una de las locuras que emprendimos en adelante. Las experiencias feriantes se fusionaron en El Libro de Arena. Las exhibiciones pasaron de tener 20 cajas de libros a 50; después 80 y en 2019 llevábamos 120 cajas de libros. Unos 3000 títulos diferentes de más de 60 editoriales distintas y temáticas de lo más variopintas. Incorporamos compañeros al trabajo, siempre docentes, especialistas. Hasta la genial Marcela Carranza hizo alguna colaboración con nosotres a poco de venirse a vivir a CABA. Recorrimos muchas provincias. Visitaron nuestras ferias Graciela Montes, Istvansch. Y luego nuestros stands en la Feria del Libro Infantil: Graciela Cabal, Iris Rivera, Isol, presentado su álbum debut Vida de perros. Entre las malas de la actividad de feriante en el tiempo: Las charlas de bienvenida debieron acortarse cada vez más. Se nos cuestionaba que toda nuestra exploración acerca de gustos y nuestra orientación y lecturas “les quitaba tiempo a los chicos para que compren o vean los libros”. En una ocasión un padre me invitó a pelear en la calle por querer estafar a su hijo. El chico quería un libro de manualidades pero temía decírselo al padre. El librero de un pueblo al que nuestra feria había sido invitada nos amenazó de muerte si nos presentábamos. Le dimos aviso a las autoridades municipales y estas aconsejaron que no fuéramos, que cancelemos la feria. Muchas, muchas, demasiadas veces, los intereses de los chicos son ignorados por sus padres. “Esto no! ¡Algo para leer te dije!”, ante la elección de un libro de adivinanzas o de chistes, pasó a ser un triste y repetido clásico. Era hora de un nuevo desafío, y se nos ocurrió tratar de ofrecer libros inconseguibles en la Argentina. Así, con Judith empezamos a seleccionar y pedir pequeños envíos desde el exterior: y pudimos tener los primeros libros de Elmer en el país; Cuentos en verso para niños perversos y otros de Roald Dahl inhallables entonces; El secuestro de la bibliotecaria; libros de Kókinos, Ekaré y Babel. Parecía un sueño, pero podíamos dar de leer esos materiales imposibles en esos momentos, en estas tierras. Y otro más. Después de la crisis de 2001, de tantos años de destrucción de la industria de la imprenta nacional y con el dólar muy alto, no nos era nada fácil conseguir libros de plástico para bebés ni acartonados para primeros lectores. Nadie importaba ni podía producirlos acá. Sin embargo dimos vueltas y vueltas. Tocamos puertas y puertas. Hasta que dimos con Milton, un personaje que prometió imprimirnos y encuadernar a mano nuestros dos primeros títulos acartonados y como Calibroscopio ediciones. El chupete perdido y Los paseos de Coco Drilo salieron en 2005. En uno de esos títulos, a una de las líneas de texto le faltó una coma. Y ese no era un debut soñado para Judith como editora, así que las 2000 comas se pusieron también a mano, con una Rotring. “¿Y dónde los encontramos después?”, era la pregunta repetida en cada escuela, en cada stand de las Ferias infantiles. Así, el pequeñito local de la calle Aguirre casi Scalabrini Ortiz que nos servía de depósito, pasó a abrir su puerta a los clientes empedernidos a cambio de una contraseña. Entraban casi reptando y de costado entre pilas de cajas, tablas y exhibidores, pero encontraban perlitas que los y nos hacían felices. Los visitantes clandestinos eran cada vez más y a la vuelta del depósito, en la misma manzana, sobre Aráoz se liberaba una local lindo, no muy caro, de 40 m2. En 2009 entonces, inauguramos allí la librería El Libro de Arena, atendida por Marcelo y el que primero volviese de las Ferias: Walter o Judith.
Desde ver crecer a los más pequeñitos lectores del barrio, hasta recibir a la Princesa Keiko de Japón, que pidió expresamente conocer la librería, hemos vivido experiencias de lo más increíbles allí. Talleres, presentaciones, brindis, celebraciones (hasta de la jubilación reciente de Luján, bibliotecaria y gran amiga). La editorial por su parte fue tomando fuerzas y cumplimos sueños increíbles como editar la mayor parte de la obra de María Wernicke, títulos de Isol, Istvansch y Graciela Montes, a quienes habíamos conocido y admirado mucho antes. Y el proyecto Quien soy, que me emociona cada vez que lo rememoro o escribo su nombre. Títulos traducidos a otras lenguas, Destacados de ALIJA, premios e invitaciones de otros países. Rescatar libros que habíamos amado en sus ediciones originales y quedaban descatalogados. Stands en las Ferias del Libro de La Rural, Guadalajara y Bologna.
Judith Wilhelm, Walter Binder y Graciela Montes.
Como distribuidores independientes de nuestros libros y de los que importábamos, empezaron a acercarse colegas para que sumemos sus producciones a la distribución. Así, por el 2010 nos convertimos también en una distribuidora que se distingue por la representación de libros ilustrados y por su impronta federal. Primero fue la llegada de Silvia Katz y los libros del Taller Azul de Salta, y así se fueron sumando Ruedamares, de María Cristina Ramos (Neuquén); editores de Córdoba (De la terraza; Portaculturas); Ninja-Libro GIF de Bahía Blanca; Libros silvestres, Cosas invisibles de Santa Fe; Bambalí de Mendoza y muchas más de CABA y provincia de Buenos Aires (Comiks Debris; Niño; Tinkuy; Planta; Tres en línea; Ojoreja; Periplo y tantos amigos más). De la tarea de distribuidor me quedo con ese amplio abanico de editores pequeños que nos confiaron su material y que, creo, han podido revertir la imagen de malo de película que siempre rodeó a este actor en la cadena del libro. Al menos trabajamos duro para eso. En 5to grado de mi primaria, en la escuela N° 26 de La Matanza, la Señorita María Angélica me dijo que sería escritor. Es que las horas de Redacción eran para mí el momento de pura felicidad escolar. Esas líneas de tinta que mi 303 dejaban en las hojas rayadas eran caminos a los destinos más fantásticos, sorprendentes y divertidos. Mi maestra y mis compañeros lo habían notado. Los libros de Coco Drilo, el prólogo para el Quien soy, un cuento para una antología futbolera de editorial Guadal que me ubicó en un índice, cerquita de Roberto Fontanarrosa y alguna valentonada más, me permitieron jugar de grande a ser escritor. Cumplir, en definitiva, ese sueño y la predicción de mi maestra. Está claro que no es mi oficio. Me gustaría, pero como se ve, tengo algunos otros. Feliz día del trabajador para todos (otro día les cuento cuando fui ayudante de electricista, heladero, administrativo en el cementerio, pizzero, vendedor de cuadernos, vendedor de jeans, pintor de remeras y corbatas, extraccionista de sangre, vendedor de cucuruchos de papa fritas, ayudante de laboratorio, armador de bandejitas de verduras y algún otro que me estaré olvidando).
* Dice Walter: “Soy Profesor de Educación primaria con ganas permanentes de ser antropólogo o actor, como los que quisieron ser murguistas y nunca fueron a ensayar. Me gusta cocinar; cuidar mis plantas; ir al Palacio Ducó con Dante y aprender sobre géneros, autopercepciones y cantantes indies con Mae. Junto a Judith, desde hace 24 años, fundamos, cuidamos y vemos crecer el catálogo de Calibroscopio y a los lectores de las ferias y librería El Libro de Arena. Alejandro del Prado y Pink Floyd. Fontanarrosa y Salinger. Chocolate semi amargo y frutos rojos. Felicidades y Magnolia”.
En estos momentos tan singulares, en los que reflexionamos sobre el papel de la literatura en la escuela, y de qué modo se articula con la vuelta a clases, ALIJA necesitó de una reflexión coral. Para eso reunió la mirada especializada con la palabra viva de los mediadores en el aula. Desde Jitanjáfora, Romina Sonzini y Mila Cañón nos acercaron su parecer, y varios docentes que nos acompañaron en la segunda edición del premio Los Favoritos de los Lectores contestaron entusiastas a este interrogante.
LA ESCUELA Y LA LITERATURA COMO ABRIGOS
Por Romina Sonzini y Mila Cañón*
Y seremos capaces de acercarnos al pasto, a la noche, a los ríos, sin rubor, mansamente, con las pupilas claras, con las manos tranquilas; y usaremos palabras sustanciosas, auténticas; no como esos vocablos erizados de inquina (…) sino palabras simples, de arroyo, de raíces, que en vez de separarnos nos acerquen un poco; o mejor todavía, guardaremos silencio para tomar el pulso a todo lo que existe… Oliverio Girondo
A un año del inicio de la pandemia, la escuela evidencia una increíble potencia para mirarse, redefinirse y autoevaluarse. Es verdad que han faltado abrazos, encuentros e intervenciones cara a cara, pero hemos descubierto que ni las paredes ni la puerta del aula la definen, sabemos hoy que es posible “hacer escuela” pensando al otro, más allá de la absoluta presencialidad. Luego de un año de extraordinarios esfuerzos para reinventar los sentidos de enseñar y aprender, volvemos a habitar los edificios, mientras aún el mundo busca respuestas, enfrenta cada día desafíos diversos, modifica protocolos y la pandemia persiste en decir presente.
Ya sabemos que el trabajo del docente, como dice Silvia Duschatzky (2017), precisa cuerpos intuitivos, cuerpos que encuentren la potencia “para activar procesos de variación”. Frente al miedo y al cansancio, a los esquemas personales, a las estructuras prefijadas, a las pérdidas e incertidumbres nos convoca un año de nuevas reinvenciones. La pandemia nos recuerda frágiles, pero también humanos, dirige nuestra mirada delicada y responsable hacia los otros, nos enseña, a pesar de las dificultades personales para afrontarla, a sabiendas de que somos hoy esta escuela y nos toca, como siempre, ejercer la justicia curricular, en el sentido de Dussel (2020). Por ello, los encuentros en las aulas, la bimodalidad del 2021, las interrupciones y las planificaciones pueden ser pensados desde lo pedagógico como lazo, para colocar lo cualitativo sobre lo cuantitativo, lo relacional sobre la fragmentación, para apostar a la continuidad con sentido pedagógico, a la diversidad y la progresión didáctica. No volvimos a la escuela para rellenar lo que quedó vacío, para sumar a toda velocidad lo imposible, volvimos para reconstruir el lazo, para participar de una comunidad que como nosotros ha sido atravesada y lastimada por la pandemia. Y, en particular, sabíamos y sabemos que las prácticas del lenguaje, entre ellas la formación de lectores de literatura, dentro y fuera de la escuela, demandan delicadezas que no comulgan con la velocidad, los aplicacionismos o un enfoque mecanicista.
¿Por qué sigue teniendo sentido leer literatura en la escuela?
Vimos con alegría cómo desde el inicio de la pandemia los especialistas rescataron el discurso de la literatura (Lessing, Pauls, Handke) para explicar también este hecho que parece distópico. Vemos cómo la literatura no hace agua sino que sedimenta, abriga y fortalece. La lectura de literatura produce un desafío, el disloque de las palabras. Cuando esa provocación está ausente en los textos o en las escenas de lectura, se hacen presentes otros propósitos ajenos a la literatura y desaparece la posibilidad de que lenguaje literario e imaginación produzcan nuevos sentidos y se expanda el imaginario (Graciela Montes, 1999; Michèle Petit, 2015; María Elena Walsh, 1969).
Por ello imaginación e infancia no pueden separarse, porque se juega la posibilidad de hacer hipótesis y aventurarse para crecer, pensar y proyectarse, para lo cual es necesario imaginar otros mundos y otras realidades. No sólo la literatura pero también ella puede formar parte de este juego significante que es crecer en la interacción con las palabras y los textos del campo literario que abrirán las compuertas del imaginario de la mano de un mediador experto (Hermida y Cañón, 2012).
Los docentes tenemos la magnífica ocasión de repensar los discursos imaginarios en la escuela en un contexto que exige reinvención, tanto como la literatura la otorga. Hoy más que nunca es necesario ajustar las decisiones frente a la selección de materiales, eligiendo aquellos que les ofrezcan a niñas y niños la oportunidad de leer textos desafiantes, escapando de aquellos materiales sencillos, breves y que invitan a recorrer caminos vinculados al “tutelaje pedagógico” (Marcela Carranza, 2007; María Adelia Díaz Rönner, 1988; María Teresa Andruetto, 2009). Durante este tiempo, los maestros, los chicos y las chicas no pueden dejar de leer, mirar o escuchar textos completos, extensos y complejos —a través de audios del docente o de su lectura en el aula, en formato papel o digital—. Todos los niños y niñas deben tener la oportunidad de escribir por sí mismos —la tarea, pero también todo lo que quieran, en el cuaderno o en papelitos como diría Devetach (2008), en borradores, para contar el diario de la pandemia (como sugirió Tonucci, 2020), para sí mismos, para otros lectores—, porque, como sabemos, aún frente a este extraordinario contexto no se han modificado los propósitos del área (por lo que es necesario ofrecer soportes que los sostengan en la cultura escritura). También se deben generar situaciones de escritura por medio del dictado al docente, cuando la presencialidad lo permita, para ofrecer múltiples oportunidades de escribir textos más extensos y complejos, despojando al grupo de las preocupaciones que genera el sistema de escritura pero permitiendo que surjan interrogantes, conflictos y avances en relación al lenguaje que se escribe.
Pensar el aula como comunidad de lectores de literatura dará lugar a experiencias enriquecedoras en las que leer en voz alta, narrar oralmente, seleccionar qué leer de la diversidad propuesta en una mesa de libros y conversar sobre lo leído poniendo en el centro de la escena lo que interesa, desconcierta y atrapa (Aidan Chambers, 2007) serán situaciones cotidianas. Sostener estas propuestas permitirá que niños y niñas sean partícipes de intercambios significativos, den cuenta de diversas poéticas de autor, asuman el desafío de transitar itinerarios o recorridos lectores, construyan sus propios caminos de lectura (Devetach, 2008) y, finalmente, compartan sus pareceres en blogs, portafolios, padlets, agendas y diarios personales. Tal vez el desafío mayor sea construir la escuela como un amplio territorio en el que las situaciones de enseñanza planificadas profundicen prácticas de lectura y escritura con propósitos didácticos y comunicativos diversos, y que las propuestas en torno a lo literario tengan mucho de recreo, de lectura de tiempo libre y de juego y menos de tareas cerradas que no dan la oportunidad de construir el hueco donde refugiarnos (Montes, 1999).
¿QUÉ SENTIDO TIENE LA LIJ EN LA ESCUELA DEL BARBIJO? Esto le preguntamosa docentes de todo el país y esto nos contestaron:
Cecilia Bueno, docente de Banfield, provincia de Buenos Aires “Creo que la literatura es un medio espectacular para contener, expresarse, liberarse y sentirse acompañado. Más que nunca este año, como el anterior, será la literatura la gran excusa y ocasión de encuentro. De encuentro profundo, cercano, como el de antes. Allí no habrá diferencias. No existirá el miedo del contagio. Podremos leer juntos, escucharnos, expresarnos y compartir sin diferencias por la pandemia. Considero que la LIJ podrá tener un lugar relevante por todo lo enunciado. Desde mi rol de bibliotecaria, así lo trabajé el año pasado en encuentros virtuales con todos los grados y ya estoy planificando para poder hacerlo este año en la presencialidad. El año pasado la literatura permitió compartir pérdidas, dolores, miedos, incertidumbres, llantos… fue muy liberador y gratificante. También compartimos risas, caricias, juegos y nos ayudó a sentirnos cerca. Leer es el camino, leer con otro es lo que necesitamos más que nunca”.
Sonia, docente de la escuela Nro. 13, Ushuaia, provincia de Tierra del Fuego “El lugar de la LIJ en nuestra escuela es central en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia ya que el PI de la escuela es la Feria del Libro de Ushuaia. Trabajamos todo el año en innumerables actividades de promoción a la lectura en las que recreamos los títulos leídos de todas las formas posibles. La LIJ atraviesa nuestros proyectos en cada ciclo escolar.”
Bibliotecaria de las escuelas 1 Ep. Nro. 37 y Ep. Nro. 38, Tigre, provincia de Buenos Aires “Al leer me doy cuenta de sí. Desde las bibliotecas escolares podemos contribuir para que las LIJ tengan su espacio y tiempo real y planificado. Creo que es necesario planificar un espacio de la lectura por placer. Puede ser una herramienta muy valiosa para que la comunidad pueda afianzar el arraigo con la escuela, que se vio debilitado por la falta de presencialidad. Claro que la planificación es importante tanto en el espacio de calidad que se brinde como en cuanto a la seguridad, para evitar riesgos innecesarios”.
Graciela Rendón, escritora y docente en escuela de San Martín de los Andes, provincia de Neuquén “Mi nombre es Graciela Rendon. Soy escritora y maestra. Trabajo en una biblioteca popular y hago talleres en las escuelas. Voy a hablar del papel de la LIJ. En estos tiempos de NO PRESENCIALIDAD, la LIJ no estuvo ausente. Los y las maestros/maestras y mediadores se las han ingeniado de todas las maneras posibles para hacer transitar los libros en ese mundo a través de las pantallas. Cuando no había conectividad, iban a las casas; la biblioteca estuvo abierta con todos los protocolos pero no dejaron de sacar libros. En la escuela nro. 89, escuela primaria, y en el CEPEM 13, Centro Educativo de Enseñanza Media, trabajaron con algunos libros tomando capítulos o frases o resúmenes; fue trabajoso, muy difícil a veces, pero el Iibro no faltó. Digamos que a veces entró a empujones. Fue un recurso muy interesante el usar algunos libros; solo algunas partes para que los y las alumnos/as escriban. Funcionó muy bien este tiempo el taller para escribir. Se leyó mucha poesía y microrrelato. También tratamos de usar libro-álbum pero fue más incómodo por el tema de cómo se vuelca ilustración a través de la pantalla. Se trabajaron muchos libros de la LIJ en el profesorado. Estamos confiados en que esta nueva etapa va a introducirse una mejor relación con el libro. Ya por aquí en San Martín de los Andes empezaron de a poco algunos grados y el inicio de esta circularidad de conocimientos es sin lugar a dudas con los libros. La LIJ, para mí, coma escritora y mediadora es siempre una casa abierta que nos recibe. Nunca dejamos de tener el lema: DAR DE LEER”.
Andrea, bibliotecaria de escuela en Florencio Varela, provincia de Buenos Aires “…nosotros tenemos un fuerte que nos identifica desde lo literario. Antes nuestros nenes compraban entre cuatro y seis libros de literatura por año. No usamos manual en prácticas del lenguaje, porque partimos la educación de este área desde la literatura. El año pasado y este año también, nos vemos ante la imposibilidad de compra de casi el 60% del alumnado, según encuestas. Aun así, las docentes armaron sus corpus como siempre. Van a leerlos ellas, grabar videos para la virtualidad y en voz alta en el aula. No dan más y van dos semanas de clases, pero saben que es algo construido juntas con el paso de los años. Costó que la comunidad se adapte a esto, pero se empezó a privilegiar la literatura ante otros gastos. Esta vez no se puede comparar por las falencias económicas que sufren nuestras familias. Los recorridos son variados este año. Pero hay algo que coinciden todas. Iniciaron con historias de escuela. Que rescatan la cotidianidad perdida por la nueva normalidad. Se compara. Se contrasta y se trae de vuelta. Por ejemplo, El genio de la cartuchera de Mario Méndez se abrió paso en cuarto quinto y sexto para el primer día. Y a varias se les hizo un nudo en la garganta al leer… Los más chiquitos con Margarita Maine, leen Cuentos para leer en el recreo. Y se enamoraron con Francisco, el protagonista. Después los elegidos son los que tienen a niños como protagonistas en diversos contextos. Matilda (Roald Dahl), El mar y la serpiente (Paula Bombara), (creo que hace unos ocho años que lo leemos en sexto y siempre se vuelve a llorar). Todos los demás padres y todas las demás madres dijeron que sí (por segundo año consecutivo) a El espejo africano (Liliana Bodoc), Malku y los cabritos (Margarita Mainé), Eleodoro (Paula Bombara)… La literatura como puente, entre las niñeces y la diversidad. Entre la normalidad y la pandemia.
Leonardo, docente de la Secundaria Nro. 70, Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires “Con relación al tema planteado desde ALIJA surgen desde este colaborador algunas reflexiones sin más que contribuir al debate. Desde la recepción del material enviado a la Secundaria Nro. 70, con igual alegría participaron los alumnos de 3° año de la lectura y posterior concurso de Los favoritos. La misma alegría se vivió una mañana en el aula cuando, como su profesor de Prácticas del Lenguaje, les dije a esas juventudes con más ganas de seguir durmiendo que de escucharme, lo siguiente: —Hay que acelerar la lectura porque vamos a conocer a la autora de El libro prohibido, Liliana Cinetto. Autorizaciones, acompañantes, merienda, recursos (poco y nada) Todo un desafío trasladar a los alumnos por un conurbano impredecible, pero con la certeza que el movimiento valía la pena. ¿Quién de nosotros olvidó las salidas o excursiones organizadas por nuestra escuela y a las que más de uno permitió reforzar la confianza en uno mismo? “Si otros lo hicieron conmigo yo también lo haré por ellos”, pensé. Luego del anuncio el entusiasmo se apoderó de cada uno de ellos. Llegó el día del encuentro en la Biblioteca Alberdi de Lanús y sólo faltaron dos alumnos porque no recordaban el evento. Sentados y en silencio escucharon a una gran narradora además de escritora de cuentos y novelas.—¿Quién se anima a leer en voz alta? —preguntó la invitada, y mi asombro fue tal porque quien levantaba la mano y se acercaba a Liliana Cinetto era ni más ni menos que ese joven de aritos al que nada parecía gustarle en clase. ¿Será que en Literatura sucede también lo que en Educación para adolescentes al jerarquizar aquellas respuestas que se asemejan al ´saber impartido´ dejando mínimas posibilidades al resto? ¿No ocurre acaso desde el canon literario una desvalorizada mirada sobre la LIJ y solo parecen consagrarse aquellos autores que escriben teoría literaria o novelas con tramas psicológicas? ¿Cuán distinta es la reflexión sobre las pérdidas de los personajes en Amigos por el viento de Liliana Bodoc? O el dolor que cala en los huesos de Ezequiel ¿Hay en Los ojos del perro siberiano, de Antonio Santa Ana, simples descripciones que arrojan por el piso la altura de semejante novela? Las escuelas recibiremos con alegría y compromiso la propuesta para este 2021 de la Asociación y, así como creemos en nuestros estudiantes, también lo hacemos en la LIJ”.
Referencias bibliográficas
Andruetto, M. T. (2009). Hacia una literatura sin adjetivos. Córdoba: Comunicarte. Cañón, M. (comp.) (2019). El campo de la literatura para niños y niñas: miradas críticas. Mar del Plata: Universidad Nacional de Mar del Plata. Consultado el 1 de octubre de 2020 en http://humadoc.mdp.edu.ar:8080/bitstream/handle/123456789/886/Miradas%20criticas-cerrado.pdf?sequence=1 Carranza, M. (2007, marzo). “Algunas ideas sobre la selección de textos literarios”. Imaginaria N°202. Recuperado de <http://www.imaginaria.com.ar/20/2/seleccion-de-textos-literarios.htm> Chambers, A. (2007). Dime. Los niños, la lectura y la conversación. México: Fondo de Cultura Económica. Devetach, L. (2008). La construcción del camino lector. Comunicarte: Córdoba. Díaz Rönner, M. A. (1988). Cara y cruz de la literatura Infantil. Buenos Aires: Libros del Quirquincho. Duschatzky, S. (2017). Política de la escucha en la escuela. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós. Dussel, I. (2020, 23 de abril). La clase en pantuflas. Conversatorio virtual. Consultado el 30 de septiembre de 2020 en <https://www.youtube.com/watch?v=6xKvCtBC3Vs>. Hermida C. y Cañón, M (2012).La literatura en la escuela primaria. Buenos Aires: Novedades Educativas. Montes, G. (1999). La frontera indómita. Fondo de Cultura Económica: México. Petit, M. (2015). Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural.Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México: Fondo de Cultura Económica. Tonucci, F. (2020, 12 de junio). “La educación en tiempos de pandemia: una charla con Francesco Tonucci”. Consultado el 1 de octubre de 2020 en <https://www.youtube.com/watch?v=S7jSJpyAj_c>
*Romina Sonzini y Mila Cañón son especialistas en literatura infantil y juvenil que pertenecen a la comisión directiva de Jitanjáfora. Redes sociales para la promoción de la lectura y la escritura,una asociación civil sin fines de lucro, cuya sede está en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires. Si bien sus antecedentes se remontan a 1999, fue desarrollando diversos proyectos y en 2006, elaboran un estatuto cuyo objetivo es trabajar en la capacitación de mediadores y el acercamiento de la literatura a niños y jóvenes. Entre sus proyectos, como talleres, capacitaciones y charlas, están las jornadas “La literatura y la escuela”, que ya llevan veinte ediciones y en la que han participado numerosos panelistas.
Y en este número dedicado a la LIJ y la escuela, no podía faltar la sección “La ilustración sobrevuela el mundo”, y la ilustradora y docente Ana Luisa Stok, nos contó sobre el recorrido de tantas y tantos ilustradores para libros niños y jóvenes que ha dado la Argentina, ya sea que se tuvieron una educación formal o en innumerable talleres-escuela. Ana también nos regaló algunas ilustraciones boceto, que nos permitieran disfrutar del camino.
PENSANDO EL CAMINO DE LA ILUSTRACIÓN
Por Ana Luisa Stok*
Me dedico a la ilustración desde hace muchos años y he tenido la chance de ver cómo este campo se ha desarrollado de manera extraordinaria. Dado el tiempo transcurrido, he podido ser testigo de cuánto ha crecido y evolucionado esta profesión.
La Argentina ha dado grandes ilustradores venidos de los medios gráficos, de las Escuelas de Bellas Artes y de las carreras de Diseño gráfico. Somos una cultura que más allá de las universidades y las escuelas de arte transitamos por mucho tiempo lo que hemos llamado “contracultura”. Este término está muy ligado a los años oscuros de la Argentina donde la educación formal era complementada por grupos de estudio y talleres muy numerosos donde se podía trabajar de manera más libre e innovadora.
Fueron los caricaturistas los que muy tempranamente crearon escuelas con sus publicaciones en los medios gráficos, abriendo un camino hacia el profesionalismo para todos nosotros en el campo editorial. Pasaron muchos años hasta que la educación formal incluyera en sus programas materias de ilustración. Nuestros ilustradores han surgido básicamente de las artes y el diseño.
A pesar de eso hoy contamos con muy poquitos lugares donde cursar una carrera de ilustración. Es más frecuente ver que carreras como Arquitectura y Diseño Gráfico,
En algunas universidades, como la UBA, encontraremos algunas materias de ilustración dentro de las carreras de Diseño o Arquitectura; incluso albergan materias, posgrados o tecnicaturas de ilustración. También en la Universidad de Palermo, en la Universidad de San Martín y en la Universidad de Bahía Blanca.
En Mar del Plata es donde está, tal vez, la formación más completa, en la Escuela de Artes Visuales, Martín Malharro.
Asimismo es indudable que en muchas escuelas de diseño hay materias de ilustración, a lo largo de todo el país.
Dentro de la educación “informal” sería sumamente complicado hacer un listado completo de lugares adónde formarse; tal es la cantidad de escuelas de arte, talleres y cursos que se ofrecen en todo el país. Es como un enorme jardín que después de una gran tormenta ha florecido de manera imparable.
Una movida que sigue creciendo
En la Argentina los ilustradores hemos trabajado mucho para darle visibilidad a nuestra tarea creando conciencia laboral, profesionalizando el trabajo y conectándonos también en una gran red por todo el país.
Desde un pequeño grupo que se inició, en 1998, en la cocina de la ilustradora Nora Hilb donde estaban grandes referentes de hoy como Istvansch, Elenco Pico, Sergio Kern, Oscar Rojas, Mónica Weiss y Gustavo Roldán. Luego fuimos sumándonos otros ilustradores y creando muestras, espacios en las diferentes Ferias del libro infantil y Juvenil de Buenos Aires, así como las “Jornadas para Ilustradores”, que creamos Paula Frankel y yo, que se realizan cada año, durante las Jornadas Profesionales en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires para recalar en toda la movida que es hoy la Asociación de Dibujantes de la Argentina (ADA) con el empuje de Poly Bernatene a la cabeza.
Entre las acciones que no descuidan de ningún modo la mirada docente y cómo llegar a la escuela, es que gracias a todos los colegas que trabajan entorno a ADA se acaba de aprobar “La semana de las artes gráficas y audiovisuales” como tarea obligatoria en el calendario escolar de todos los niveles en la educación de la provincia de Buenos Aires (tercer sistema educativo más grande de América).
Los ilustradores seguimos formando ilustradores a través de clases y talleres donde se investigan diversas técnicas, narrativas y de seguimiento de proyectos. Los invito a que conozcan algo de esta movida en adadibujantesdeargentina.org
*Ana Luisa Stok nació en Buenos Aires donde vive y trabaja. Cursó la carrera de Bellas Artes, especializándose en dibujo, pintura y escultura. Trabajó en danza contemporánea y coreografía, uniendo la danza y la plástica en muestras y escenarios. Da clases desde entonces. Ha hecho muestras diversas en la Argentina, Minnesota, USA, Roma y Nueva Delhi. Ha participado en exposiciones de ilustración desde el inicio del Foro de Ilustradores. Ha sido invitada a participar de las Bienales XVII y XVIII, de Ilustración de Bratislava, República Eslovaca. Seleccionada para exponer en el 41st del Golden Pen de Belgrado, Yugoslavia en la 6ª Bienal Internacional de Ilustración. Y seleccionada en el 6º Salón Internacional.
Entre las tareas que tiene ALIJA a la hora de candidatear a nuestos escritores e ilustradores a los diferentes premios, está la del armado de un dossier lo suficientemente interesante, con biografías, cartas de presentación, artículos, conferencias y reseñas relacionadas con los libros que leerá el jurado; material que, una vez recogido, debe ser traducido al inglés en su totalidad. En esta ocasión, para la candidatura de María Cristina Ramos al premio Hans Christian Andersen 2022, se presentó la problémática de cómo traducir el título de la novela De barrio somos.. Por eso, le pedimos a Stella Maris Rizzo que nos contara un poco más sobre este desafío.
Sobre el título de la novela De barrio somos, de María Cristina Ramos
Por Stella Maris Rizzo 1
De barrio somos. Buenos Aires, Planeta, 2017. Ilustraciones de Virginia Piñon.
La meta de todo traductor es reproducir fiel y ajustadamente lo que el autor quiso transmitir en el idioma original. Es bastante sencillo lograrlo en los textos científicos y técnicos, escritos en un lenguaje denotativo, de significados unívocos. En los texto literarios, en cambio, la tarea se vuelve más compleja: el lenguaje connotativo que se utiliza, frecuentemente referido a las costumbres, historia y modismos del país de origen, hace que muchas veces no sea posible encontrar el equivalente exacto para la versión traducida. Un ejemplo de esta situación se ha dado con relación al título de la novela de María Cristina Ramos De barrio somos. Para el lector angloparlante la traducción literal resultaría extraña, oscura, ya que en castellano hay un juego de palabras no reproducible en inglés. Este ingenioso recurso de nuestra autora remite a la expresión “de barro somos”, de remoto origen, que podemos encontrar, como explicación de la creación de la humanidad, en el libro del profeta Isaías, en la Biblia y en un mito del Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas, entre otros. Por esta razón, para la versión en inglés, la novela fue denominada Our neighbourhood (Nuestro barrio), con las notas de traducción pertinentes que explicaban la imposibilidad de capturar en inglés el juego “barrio/barro”. En cualquier caso, es interesante destacar que, al elegir ese título, la creatividad de la escritora vincula el pasado con el presente y muestra los rasgos que los seres humanos tenemos en común más allá del tiempo y el espacio, es decir, la sustancia de la que estamos hechos. Otra de las características de su escritura es el talento para transformar una historia pequeña en una joya. En esta oportunidad, relata cómo el espíritu de solidaridad prevalece sobre cualquier otra característica de la naturaleza humana cuando una comunidad no muy numerosa tiene que enfrentar una situación de peligro, cómo los valores compartidos por los habitantes de ese barrio guían la conducta de los protagonistas. Traducir la obra de María Cristina es un placer debido a la belleza de sus palabras y sus imágenes aunque entrañe, al mismo tiempo, el desafío de capturar la esencia de su escritura y encontrar la manera de trasladarla lo más bella y fielmente posible a otro idioma.
Stella Maris Rizzo 20 de enero de 2021
1. Stella Maris Rizzo es Traductora literaria y científico-técnica en lengua inglesa y profesora de ese idioma. Ha traducido numerosos libros y artículos para publicaciones nacionales y extranjeras. Como docente ha trabajado en los niveles primario, secundario y universitario.
Acerca de Secretos que van y vienen, de María Cristina Ramos
Por Ana Emilia Silva*
Ramos, María Cristina, ilustraciones Alenda, Paula: Secretos de los que van y vienen. Neuquén: Ruedamares, 2013.
Secretos de los que van y vienen es una invitación al descubrimiento, un viaje hacia el mundo de otros seres. Como un telón que se corre, realizamos un recorrido inesperado a través de la palabra poética, la sugerencia del dibujo y el juego de la tipografía, con letras de distintos formatos, colores, posiciones.
Hoja tras hoja, el mundo animal se llena de sol, cobra una dimensión de estreno y el campo de la metáfora ilumina con su polisemia interrogantes desplegados en multitud de preguntas. Algunas serán respondidas, pero otras permanecerán en el baúl de los secretos.
Las páginas de guarda, ilustradas por Paula Alenda.
El libro de María Cristina Ramos con ilustraciones de Paula Alenda, que logra crear sorpresa mediante trazos sutiles, nos acerca a la olla grande en la que “diez abejas remueven la miel,… dulce con gotas de sol.” Después del festín de imágenes literarias y visuales, visitamos a las mariposas y sus habitaciones de luz y sombra tejidas por las enredaderas.
Las hormigas con su ir y venir son otras de las invitadas.
En caravana, marchan hacia su refugio donde guardan alimentos y en la caja secreta atesoran ciertos prodigios: “… un atado de hilos de madreselva, un zapato verde que perdió un ciempiés”. A través del decir de María Cristina, lo pequeño se transforma. Logra darle brillo a lo desapercibido. Sus personajes coleccionan vida. Valoran la belleza, la buscan, por eso los cangrejos arman una escalera “para llegar a una estrella”. .
Además de buscadores de lo bello, los escarabajos juegan y el “Piedra libre, /libre libre, /rabo de rata,/cola de tigre” se filtra mientras se esconden en el pasto y volvemos a ser niños, en las tardes de verano.
Los grillos y la princesa mariposa dan sonido y color. Los grillos bailan en la noche y el grillo contador de estrellas anota en su cuaderno azul, mientras la bella mariposa regala sus alas mágicas que permiten volar o “descender en el redondo amarillo de una flor”.
El recorrido avanza y ahora nos introduce en el mundo de los animales vertebrados y curiosos exploradores nos vamos enterando de los secretos de los conejos, atentos “al llamado de algún conejito perdido” o la gallina caminadora, que al despertar “busca entre las piedras, semillas y charcos”. ¿Qué busca? Debemos develar el misterio.
Seguimos a la lechuza y su pluma perdida. La vemos con sus grandes ojos mirando para todos lados “para ver si la pluma regresa”.
Los tordos fiesteros cantan en las nubes de tormenta e invitan a la comunidad pajaril a participar de la fiesta, para luego bajar “hasta las ramas de los árboles”.
Las pequeñas perdices y los grandes ñandúes disfrutan del campo. Las perdices se bañan con sol, por eso resplandecen y los ñandúes, padres diligentes, cuidan con amor a sus crías. Los charabones tienen “los ojos grandes, las patitas largas, un pompón de plumas”. Una pestaña de la mamá les sirve de talismán protector.
El libro se cierra con un viaje marítimo y la familia de peces sale a nuestro encuentro. También ellos están de fiesta, “van todos en fila al cumpleaños del calamar”.
En el transcurso de la travesía, hemos atisbado la vida de seres pequeños, laboriosos, felices. Vidas simples, inmersas en la belleza, el afecto y la solidaridad.
Este libro nos conecta con el asombro y la poesía. Construye una realidad plena y mediante los procedimientos literarios y plásticos entramos al texto –siguiendo a Gianni Rodari– por la ventana y como él coincidimos en que es “más divertido, y por lo tanto, más útil”.
* Ana Emilia Silva es profesora (USAL) y Licenciada en letras, egresada de la Universidad Nacional de San Martín. Se ha diplomado en Lectura y Escritura por FLACSO y por la Universidad Nacional de San Martín en las Diplomaturas en Literatura Infantil y Juvenil y obtuvo el Postítulo en Literatura Infantil y Juvenil (CEPA). Es narradora oral, discípula del profesor Juan Moreno. Escribe poesía y narrativa, varios de sus textos integran diversas antologías. Coautora de libros de texto en Lengua y Literatura para Editorial SM y Editorial Kapelusz y autora de Prácticas de Lengua y Literatura. Pasar la Posta. Lugar Editorial. Buenos Aires, 2017. Integra la Comisión Directiva de ALIJA y es miembro de la Academia Argentina de Literatura Infantil y de la Academia Alas.
Feos y Feas. Lola Casas en los textos y Gusti en las ilustraciones Carambuco Ediciones. Santa Eulalia, España, 2019.
Tapa y contratapa de Feos y Feas. En Feos y Feas, Gusti vuelve a introducirnos de lleno en el mundo de la infancia, y los dibujos entablan un intenso trenzado, tanto con la cita de Roald Dahl y el largo poema de Lola Casas, encabezado por “Puedes tener…”.
Intertextualidades que acentúan el discurso multimodal y expanden las interacciones dialógicas. No leemos de prisa. La vista se detiene en cada dibujo, y como exploradores inquietos, buscamos similitudes y diferencias con los versos de Casas. Surgen preguntas sobre narices, bocas, dientes… Asociaciones y disimuladas o abiertas risas. El texto icónico y literario se expande. Da lugar a un proceso en busca de recuerdos, parecidos cercanos o un volver hacia la época en que también dibujábamos caras insólitas sobre cuadernos rayados.
La cita de Roald Dahl (“Una persona que tiene buenos pensamientos nunca puede ser fea. Puedes tener una nariz deforme, la boca torcida, una doble barbilla y los dientes salidos, pero si tienes buenos pensamientos, resplandecerán en tu cara como rayos de sol y siempre tendrás algún atractivo”) anticipa otros de los posibles sentidos y abre nuevas dimensiones de lectura. Nos invita a explorar desde lo que se ve, lo que no se ve a simple vista: lo feo puede ser bello porque es el mundo interior es el que logra hace resplandecer cualquier rostro.
Desde la portada, el garabato cobra vida y junto con las guardas que anticipan el catálogo de rostros, nos dan pistas para el desfile. El recurso de la hoja de cuaderno rayada y cuadriculada, nos remite —como lectores adultos— a los tiempos escolares. Aquellas hojas llenas de dibujos afirmaban nuestra condición de gente que sabía mirar y a la que el mundo no le era indiferente. El ilustrador, mediante el juego de los trazos hechos con birome, recupera la impronta del dibujo infantil. Logra adentrarse en el trazo niño, tarea difícil si las hay, porque el tiempo, en muchos de nosotros ha hecho su trabajo. Da vida a una colorida marcha de expresiones y rostros pluridimensionados, en los que los rasgos más sobresalientes cobran un lugar protagónico. Nos invita a la percepción de los colores, formas, en el juego entablado entre imágenes y texto. En Feos y Feas, Gusti amplía lo que el texto de Casas dice en el contrapunto de dos narrativas interdependientes y nos presenta esa dimensión de lo salvaje que se halla en el dibujo infantil. También este álbum ofrece una propuesta lúdica para que el lector dibuje, en las hojas en blanco, “con buen humor vuestra cara, sí sí ¡vuestra jeta, la actual!” La sugerencia del final nos instala en el clima de juego y creatividad. Participación que nos involucra aún más con el libro. Somos parte del juego.
Como en un caleidoscopio, narices, ojos, bocas, rostros, cabelleras, tipos de piel, mandíbulas, cuellos, diseminados en el soporte de las hojas de un cuaderno escolar, van surgiendo página tras página. En una galería de retratos trazados por una mano con vocación de niño, Gusti recupera y nos hace recuperar los días del asombro, en que todo debía ser mirado y lo sorprendente, cómico o singular se convertía en dibujo.
El poema de Lola Casas es un eficaz soporte de las ilustraciones hiperbólicas. Mediante versos también hiperbólicos, llenos de matices humorísticos, establece el diálogo entre texto e imagen, en una polifonía de significados, armando así un complejo entramado icónico y textual.
¿Feos y feas? ¿Quién lo dice?
* Ana Emilia Silva es profesora (USAL) y Licenciada en letras, egresada de la Universidad Nacional de San Martín. Se ha diplomado en Lectura y Escritura por FLACSO y por la Universidad Nacional de San Martín en las Diplomaturas en Literatura Infantil y Juvenil y obtuvo el Postítulo en Literatura Infantil y Juvenil (CEPA). Es narradora oral, discípula del profesor Juan Moreno. Escribe poesía y narrativa, varios de sus textos integran diversas antologías. Coautora de libros de texto en Lengua y Literatura para Editorial SM y Editorial Kapelusz y autora de Prácticas de Lengua y Literatura. Pasar la Posta. Lugar Editorial. Buenos Aires, 2017. Integra la Comisión Directiva de ALIJA y es miembro de la Academia Argentina de Literatura Infantil y de la Academia Alas.
Puestos a hablar de sexualidad y literatura juvenil, nos dirigimos a las fuentes. Y le pedimos a Mario Méndez*, que les preguntara su opinión a escritores y escritoras que tomaron el tema, que contaron escenas, que pusieron el cuerpo, por así decir.
EN LA LIJ, ¿TOMAMOS MATE O CONTAMOS?
Son muy escasos los cuentos y novelas que hablan abiertamente de sexo y sexualidad en la literatura infantil y juvenil de nuestro país. Al punto de que, entre los autores y autoras del campo circula como una broma un axioma negador: “si es LIJ, no se coge”. Algunos lectores juveniles, estudiantes de la secundaria, tienen una queja: en las novelas y cuentos que circulan por fuera de la escuela, en las sagas y otras publicaciones destinadas a lo que el mundo editorial anglosajón bautizó como “young adult literature”, hay sexo y sexualidad. No en lo que se les ofrece a ellos en los colegios. (Aunque también es interesante ver cómo surge, de tanto en tanto, cierta cosa pacata impuesta desde las aulas, en algunos lectores juveniles: chicos y chicas que se sienten incómodos con las escenas sexuales, aún las difusas, al punto de reclamarle a los autores, como un error, que haya en sus libros “escenas subidas de tono”). De lo que no tenemos dudas, después de haberlo conversado entre varios miembros de ALIJA con autores y autoras y entre amigos muy lectores, es que si uno hace una especie de censo, “de memoria”, no son muchos los libros LIJ que contengan escenas sexuales, es muy poco lo que se puede encontrar. Pero hay excepciones, por cierto. Entre otros, hay escenas de sexo (más explícito, menos explícito, más o menos sugerido) en algunas novelas y un libro de cuentos que acá queremos comentar con sus autores. Obviamente, es solo un muestrario, un recorte arbitrario, habrá otros libros para mencionar… aunque creemos que no muchos más, por cierto.
En Todos los soles mienten de Esteban Valentino, editado por Loqueleo, Silvia S y Rogelio R, adolescentes que habitan un distópico mundo del futuro, se encuentran para su primera vez en una bolsa térmica. Esteban lo cuenta con enorme poesía.
“Rogelio R miró el nacimiento del cuello de Silvia S y sintió que estaba al borde de un abismo y que lo único que le interesaba era tirarse en él. El cuello se continuaba en los suaves pechos que la campera no se preocupaba en ocultar y Rogelio R pensó que aunque allí estuviera su final, él iría cantando. Sabían que esa primera vez podía ser también la última. Así que se habían citado asegurando que, al menos, tendrían mucho tiempo para dedicarlo a la inmortal tarea de descubrirse. Con cuidado se metieron en la bolsa térmica. Cuando cedió el primer botón de la blusa de Silvia S, ella miró a los ojos de él nada más que para asegurarle que el futuro podía tenderles todas las trampas que quisiera, pero que en ese momento era suya, genuinamente suya, y que esa habitación era también todo el continente que le interesaba y que la siguiente hora eran todos los años. Al fin, cuando los dos cuerpos solo tuvieron el deseo inmediato sobre ellos, Rogelio R empezó a llorar despacio, con todos sus músculos pero despacio, sin esfuerzo, como para que ella supiera que las lágrimas a veces también pueden ser un homenaje. Silvia S lo tomó con cuidado, le llevó la cabeza hacia su pecho y empezó a cantarle la misma tenue canción que le cantaba su padre. Él se dejó arrastrar por esas manos sabias y se abandonó al llanto. Al terminar se sintió limpio, preparado para su mejor entrega. Cuando él estuvo dentro de ella y empezó a intentar con alguna ingenuidad sus primeros vaivenes, Silvia S los acompañó con su voz. Entonces, en la alta noche que era ya el mundo, solo se oyó el susurro de una muchacha que le entregaba su vida a su muchacho y que repetía como una campanada: «Somos eternos, a-mor, somos eter-nos, a-mor».
En No hay más que candados para Helena, también de Valentino, novela que se puede leer como una versión moderna y criolla de La Ilíada de Homero (colección Clásicos contemporáneos, de SM), se propone el rapto de una Helena que es pupila de un prostíbulo y el posterior cerco a una casa de campo de la zona. Leemos este bello relato de una primera vez:
“¿Cómo se relata un asombro que nace en parte de la ignorancia pero en buena medida de la plena convicción de que se está ante una causa que legitima plenamente ese asombro? Porque Alcides, que entendía con exactitud que su boca abierta le debía algún porcentaje al hecho de que Helena era la primera mujer desnuda que veía en su vida, no dejaba de decirse —y de estar seguro de eso que se decía— que jamás en su vida volvería a ver algo tan bello. Helena comprendió de inmediato que debería ser ella la que guiara al muchacho por los complejos laberintos del deseo y lo hizo con paciencia y hasta con ternura. La diferencia de edad no era mucha; sí lo era la que había entre los saberes de uno y otra, que se volvían abismos a la hora de hablar de cualquier cosa que tuviera que ver con la cama. Ella también vislumbró que esa primera vez era una especie de regalo y que algunos minutos más no serían recriminados. Se tomó entonces su tarea casi con paciencia docente y hasta con disfrute. Cuando terminaron había transcurrido algo más de media hora en la realidad, pero Alcides sentía que terminaba de asistir a su verdadero nacimiento”.
En Piedra, papel y tijera, la excelente y muy premiada novela de Inés Garland, editada por Loqueleo, encontramos esta impactante escena, tan bien contada. “Me guió hasta la ventana de la húngara. Espió primero, y se dio vuelta para mirarme, con el dedo índice sobre los labios, los ojos fascinados con lo que había visto. Me hizo señas de que me acercara. Un gemido llegó a mis oídos con nitidez. Sentí un nudo en el estómago: lo único que nos ocultaba de la mirada del Tordo y de la húngara era el mosquitero y la sombra tibia del techo de la galería. Carmen se apretó contra la pared y volvió a asomar la cabeza para mirar. Yo, también contra la pared pero detrás de Carmen y fuera de la abertura de la ventana, ni siquiera me atrevía a moverme. Ella se dio vuelta otra vez. Como yo seguía inmóvil, se agachó y caminó en cuatro patas hasta el otro lado de la ventana para cederme su lugar. Una vez del otro lado me hizo señas para que me asomara. El cuerpo desnudo de la húngara estaba de frente a la ventana, la cabeza echada hacia atrás y la boca un poco abierta en una expresión rara, que parecía de dolor. Aunque tenía los ojos cerrados, volví a apretarme contra la pared con el corazón al galope. Me asomé otra vez. El Tordo, debajo de la húngara, estaba hablando ahora entre dientes y ella tomó aire de golpe como si hubiera estado ahogándose. El respaldo de la cama estaba cerca de la ventana. Un ropero con un espejo en la puerta reflejaba la espalda de la húngara, amplia y muy blanca, que se angostaba en la cintura para abrirse otra vez en los glúteos inmensos donde los dedos del Tordo, en abanico, se clavaban en la carne como si fueran a lastimarla. Algo golpeaba contra la pared. El ruido metálico era como la música que movía a la húngara y ella parecía muy lejos de allí, en otro mundo. El pelo rubio se le pegaba a la cara y a la piel mojada de transpiración. Cuando su grito ronco se mezcló con el gruñido del Tordo, yo tuve una sensación nueva y dolorosa entre las piernas. —Puta —dijo el tordo. Y lo repitió varias veces, cada vez más suave como si lo fuera convirtiendo en una caricia. La húngara se tapó la cara con las manos y se echó sobre el Tordo. Estaba llorando”.
En Lucía, no tardes, de Sandra Siemens, otra premiada novela, editada por SM, nos encontramos con este encuentro íntimo en la noche italiana, en plena guerra, contado con mucha poesía: “Hacía calor. El pueblo era un manojo de silencios. Se quedaron dormidos mirando cómo el cielo se llenaba de estrellas fugaces. Pero durante un tiempo, antes de dormirse, dejaron de mirar. Benicio, porque le dio la espalda al cielo. Bruna, porque Benicio la cubría por completo. Más que la noche”.
En Moreno, guion que es una novela, novela que es un guion, publicado por Edelvives en la colección Alandar, Laura Ávila se atreve a reírse, junto a sus amados Mariano Moreno y Guadalupe Cuenca, de la primera noche del matrimonio de la joven pareja. La escena desborda ternura. Esc 7. Interior – Noche – Posada de Chuquisaca Se trata del cuarto de una posada. Una cómoda desvencijada, una jofaina, dos sillas de mimbre. En una de las sillas arde la única lámpara de la habitación. En la cama, María Guadalupe se acomoda el camisón, un poco desencantada. A su lado Moreno se tapa con la sábana.
María Guadalupe ¿Eso era todo?
Moreno se incorpora en un codo. La mira un poco escandalizado.
Moreno ¿Qué? ¿No te gustó?
María Guadalupe No sé. Todo ha pasado muy rápido.
Moreno se tira de espaldas, resoplando. María Guadalupe lo mira con total inocencia. Moreno se tapa la cara con el antebrazo y se empieza a reír.
Moreno Ya voy a ir mejorando.
María Guadalupe se acuesta. Moreno la arropa y le da un beso.
Moreno La próxima vez va a ser mejor.
Moreno le da un nuevo beso más largo.
Moreno Y la próxima mejor todavía. Y la próxima, y la próxima…
Vuelve a besarla. María Guadalupe le devuelve el beso, un poco torpe.
En la muy divertida (y a la vez profunda) Nunca seré un superhéroe, de Antonio Santa Ana,de la colección Zona libre, de Norma, se sugiere, elípticamente, una masturbación: “Esa noche, después de la discusión sobre la mujer como objeto sexual y mis recuerdos de Julia, bella como el campo bajo la lluvia, con su camiseta ajustada y su bamboleo, me dormí sobresaltado. Por la mañana tuve que cambiar las sábanas”.
Y también se dice (y no se dice) en la archifamosa Los ojos del perro siberiano (también de Zona libre, Norma), del mismo Santa Ana, que Ezequiel, el hermano mayor del narrador protagonista, ha embarazado a su novia, que es por eso que lo echan de la casa e incluso se desliza la posibilidad de un aborto. “La historia fue así: Ezequiel salía desde los 13 con una chica llamada Virginia, también el padre de ella era amigo de papá. En el ambiente donde nosotros nos movemos es difícil relacionarse con alguien si nuestras familias no lo están de alguna manera, o son compañeros del club de papá, o lo fueron de estudios, o tienen negocios en común, o nuestras madres son amigas, etc. En resumen, Ezequiel salía con Virginia que hasta había estado unas vacaciones con nosotros en el campo de la abuela. Esto no es un “recuerdo implantado”, he visto fotos, ya que el nombre de Virginia ha dejado de mencionarse en nuestra casa. Me estoy yendo por las ramas. El tema es el siguiente: Virginia quedó embarazada y el embarazo fue interrumpido”.
En el cuento “Colchones” del libro Radiografía del instante, editado en la colección Gran Angular de SM, Melina Pogorelsky narra esta hermosa historia del amor secreto entre dos varones, compañeros de trabajo. “Llevaban tres años trabajando juntos y dos años y once meses de besarse en el depósito. Entre la primera y la segunda vez pasaron una semana sin hablar. Mateo había llevado brownies. Eran suaves, pero Hernán comió demasiados porque esa mañana no había desayunado. A Mateo le daba risa la idea de verlo un poco más desacartonado. Al mediodía salieron a comprar empanadas. El almuerzo de sus táperes les había quedado corto. Al volver, Hernán propuso bajar a tirarse unos minutos entre los colchones del depósito. Acostados sobre el plástico que protegía un Simmons, Hernán se rió a carcajadas cuando entendió por qué se sentía así. —Pero qué guacho, ¿cómo no me avisás? —Es miércoles. No va a venir nadie hoy. Cualquier cosa yo me ocupo. Vos relajá. Cerró los ojos sin dejar de reírse y tardó en entender que eso que chocaba contra sus dientes era la boca de Mateo. Nunca había besado a un hombre y quiso sentir repulsión por esa barba que apenas lo dejaba respirar. Lo intentó, pero no pudo. Les quedaban seis minutos antes de abrir el local. Los siguientes fueron días incómodos para Hernán, pero se calmaba pensando que todo había sido culpa de las galletitas. Como Mateo se mantenía tan tranquilo y en su mundo, hasta llegó a pensar que en realidad no había pasado nada. El miércoles al mediodía, mientras enjuagaba una taza en la cocinita, Mateo se acercó para poner el táper en el secaplatos y le rozó accidentalmente la barba con su hombro. Hernán lo agarró de la mano y lo llevó hacia abajo. Al otro día lo hicieron de nuevo. También la semana siguiente. Continuaron durante semanas que se convirtieron en meses y en meses que se reunieron en años. No necesitaron ponerles nombre a esos treinta minutos ni establecer reglas. Sin palabras de por medio, quedó naturalmente instalada esa dinámica que se repetía por el simple hecho de que les hacía bien. Estaban solos, no tenían que dar explicaciones y ese paréntesis en la jornada laboral se imponía tan fluidamente como la pausa para el cigarrillo. Tampoco hubieran podido parar”.
……..
A todos ellos, Inés, Laura, Melina, Sandra, Antonio y Esteban, les pedimos que nos respondieran algunas preguntas. Queríamos saber cómo fue su experiencia a la hora de escribir estas escenas, si recordaban algo especial, alguna duda previa o posterior, si sintieron la sutil amenaza de la autocensura o la sensación de que estaban transgrediendo. Les preguntamos, también, qué repercusión tuvieron con los jóvenes lectores y, por último, cómo fue el ida y vuelta en las editoriales. ¡Les pedimos que nos cuenten las intimidades, vamos! Acá les compartimos las respuestas, todas y cada una, una maravilla. Como si se dedicaran a escribir.
Esto nos escribió Inés Garland, para poner en un cuadrito:
“Cuando escribo no pienso, dejo que piense una parte de mí que no controlo, así que la censura no aparece. Si aparece en la etapa de revisión, salgo a andar en bicicleta mientras hiperventilo. Me niego a la pacatería y, sobre todo, a la hipocresía de no hablar de sexo en los libros para jóvenes cuando se ven bombardeados por todos lados con sexo ¡y del menos interesante!, porque la pornografía o esas escenas edulcoradas con la cámara que gira alrededor de los cuerpos perfectos no me parecen la mejor manera de entrar en el tema. Me ha tocado ir a colegios donde los jóvenes no solo leyeron las escenas de sexo de Piedra, papel o tijera sino las de mis libros de adultos. La visión de los chicos de sexto año de mi novela Una vida más verdadera me dejó pensando varios días. Leer un libro es poder mirar el mundo a través de los ojos de otro, un escritor es eso: una mirada. Yo le presto atención especialmente a las relaciones, al amor, al desamor, al encuentro, al desencuentro. ¿Cómo no hablar de sexo si esos son los temas que me interesan especialmente? En una época en la que se empuja a los niños a la sexualidad a través de todo tipo de imágenes, bailes, letras de canciones, películas, me sorprende mucho que se emocionen con la escena de Piedra, papel o tijera cuando Marito le toca la cara en el agua a Alma. Cada vez que hablo con ellos me la mencionan. El tabú parecería ser la asociación del sexo con el amor, no el sexo en sí. Hay un interés en que los jóvenes consuman, no es lo mismo que mirarlos para saber qué necesitan y no es lo mismo que decirles “acá estoy, esto es lo que miro ¿les interesa?”. También es cierto que una editorial italiana se negó a publicar Piedra, papel o tijera porque tenía un orgasmo (dos, le aclaré a mi agente, tres, si tengo que ser meticulosa). Hay maestras que leyeron la novela con niños de 12 años. A mí me parecían un poco chicos, pero no por las dos escenas de sexo que tienen diferentes capas de comprensión según quien las lea, sino por la violencia y la desolación de los efectos de la dictadura. En una de esas visitas a 7mo grado, uno de los chicos me preguntó si la húngara lloraba porque el Tordo le había dicho puta. Esa sola pregunta dio para una larga conversación acerca del contexto de cualquier palabra. En otra escuela discutí con una joven enojada por mi escena de sexo en mi cuento “Evitar la ocasión”. Según ella, que estaba sentada al fondo de la clase con una pierna levantada y el zapato apoyado en el banco, las cosas no son así ahora. Era delegada de la comisión encargada de los asuntos de género. En primera fila había varios jóvenes callados que me miraban azorados. Una de ellos se acercó después a decirme que la delegada estaba de novia hacía años y no tenía la menor idea de cómo era estar sola y enfrentar los temas que la virginidad todavía presenta. Pienso que lo mejor que tienen los libros es eso: encontrar cuál te habla. Y para que eso pase, cada escritor tiene que hablar de lo que lo mueve. Para las editoriales el tema es también pensar cómo llegar a más lectores. Yo no creo que esa tenga que ser mi preocupación. Mi preocupación es decir lo que necesita decirse según mi más honesta conexión conmigo misma. Cuando escribo, escribe la multitud que contengo y en esa banda hay muchos jóvenes. Y a esos jóvenes míos les interesa el sexo. Si me reprimiera, harían huelga todos los demás que me habitan. Y si hicieran huelga, estoy frita, porque no sabría qué hacer de mi vida si no escribiera”.
Esteban Valentino también se tomó un momento, con su particular mirada poética, para respondernos:
“Primero, te diría que hay una diferencia entre los dos textos, de veinte años y supongo que algo hemos aprendido como sociedad en todo este tiempo, que el modo no es el mismo y que el lugar que ocupan en la sociedad las relaciones humanas tampoco son las mismas. Un par de anécdotas sobre Todos los soles mienten me parece que pueden servir. En mi escritura original, hay una escena en la que el relato cuenta especies de fantasías surrealistas de los chicos. En una de ellas, uno de ellos dice que en el sol había un tipo, otro le contesta que no es un tipo sino una tipa y un tercero agrega que no es ni un tipo ni una tipa sino una mancha solar y que las manchas solares no tienen sexo. A lo que el primero responde. «Pobres, no saben lo que se pierden». Bueno, esa línea final fue eliminada en la versión publicada. Y no nos dimos cuenta sino hasta después de muchas ediciones de la novela, así que esa versión, digamos, algo expurgada quedó como la definitiva. La otra anécdota tiene que ver con su repercusión. Me habían invitado de un colegio católico de Salta para charlas sobre ese libro con los alumnos que lo estaban leyendo. El día anterior a mi llegada, la directora del colegio lee la novela y habla con las profesoras para pedirle que suspendan mi viaje porque ella no iba a legitimar con mi presencia la lectura de «un manual de instrucciones para el sexo». De casualidad, el sacerdote a cargo de la escuela, encuentra un ejemplar del libro, lo lee esa noche y a la mañana siguiente felicita a la directora por haber elegido ese libro, con lo cual mi viaje a la provincia se pudo llevar a cabo. También en otras novelas mías, como en Perros de nadie, hay escenas de sexo y fuera de algunas dudas por su repercusión, digamos comercial, nunca tuve problemas con las editoriales, como sí los tuve durante los noventas con el tema de derechos humanos. Por ejemplo, Un desierto lleno de gente me costó un triunfo publicarlo porque en aquel momento no había editorial que quisiera arriesgarse con esa temática. Pero el tema sexual, supongo que con bastante fundamento, debe depender mucho del tratamiento que se le dé. Creo que todavía no estamos preparados para escenas algo más explícitas o con uso de palabras que puedan ser consideradas fuertes. Es decir, me parece que si en lugar de pechos en la escena de Todos los soles mienten hubiera puesto tetas, estoy bastante seguro de que me la hubieran cambiado. Y si hubiera usado pene o directamente verga, también. Nuestros libros son mediados por los docentes y a su propia impronta ideológica, hay que sumar el hecho de que ellos mismos tienen límites en lo que pueden tolerar los padres o la propia dirección escolar. Mi libro para chiquitos, El cuerpo de Isidoro, narrado por el propio nene, cuenta que él tiene pelo en la cabeza, no como su papá que tiene pelo en la cabeza, el pecho y el pitito. Bueno, esa frase le fue objetada a una directora amiga de un colegio católico por varios padres. De modo que yo mismo me inhibo de ser muy naturalista cuando tengo que relatar una escena de sexo y trato de hacerla con el mayor cuidado posible. No deja de ser curioso que lo que es a mi juicio el momento de mayor algarabía y entrega de las humanas criaturas deba ser tratado con tantos miramientos, miramientos que no se ponen en juego para nada cuando se trata de momentos literarios de violencia extrema, por ejemplo. Entre otras cosas, por eso hemos creado el mundo que hemos creado. En lo personal me gusta relatar situaciones donde mis personajes se entregan a otro. Me parece que los vuelve más creíbles, más cercanos. Pero sí soy consciente que le dedico especial cuidado a su escritura. No es, claramente, una escena más.
Antonio Santa Ana nos brindó una respuesta un poco más escueta, pero muy clara, y por cierto con algo de acidez:
“Dudas previas a la hora de escribir esas escenas, no. Yo tenía, hace más de veinte años, cuando escribí esos libros, leída bastante literatura juvenil europea en la que se habla de sexo o drogas, por ejemplo, con bastante naturalidad. No creí, en ningún momento, estar haciendo algo transgresor. Meto en las historias lo que creo que las historias necesitan y me ayudan a construir a los personajes. Cuando los libros empezaron a circular me enteré de algunos profesores de algunos colegios que se escandalizaron, me sorprendió bastante. Nunca pensé haber escrito algo para escandalizar a alguien. Solo un par de historias de iniciación. En una de las primeras escuelas que me invitaron a charlar sobre Los ojos del perro siberiano, una privada en Tigre, me recibió el director diciendo: Por su culpa tenemos dos alumnos menos. No era el tema del aborto, me dijo, lo que les había molestado, más bien que retratara una familia de clase alta un poco «disfuncional», digamos. En 2018 me pidieron que grabara un video apoyando la campaña por el Aborto legal seguro y gratuito, lo hice. Luego de eso me escribió una profesora que «hace años le doy de leer libros suyos a mis alumnos pero después de conocer su opinión sobre el aborto no lo volveré a hacer jamás»: se ve que se le había pasado por alto. En las visitas que he hecho a colegios los primeros años me preguntaban por el aborto, ya no, las sociedades han cambiado, creo. Sobre el tema de la masturbación o de una polución nocturna en Nunca seré un superhéroe, me parecía muy atinada para el personaje, un adolescente obsesionado con una chica, jamás en ningún encuentro con lectores nadie hizo referencia al tema. Eso sí, en una famosa Web sobre lij, con sede en Miami, criticaron la novela por esa escena. Era un «tema» que debería ser tratado con mayor profundidad y no tan a la ligera, o algo así dijeron. Hay cosas, parece, sobre las que no podemos hacer una parodia”.
Melina Pogorelsky también dijo lo suyo, sobre el cuento y ese escenario tan particular, entre colchones y también sobre su excelente novela Como una película en pausa.
“En el caso de este cuento, “Colchones”, no dudé para nada de lo que tenía que pasar. Tenía dos personajes a solas, a los cuales les pasaban cosas el uno con el otro, con media hora libre… ¡y en un depósito lleno de colchones! Realmente hubiera sido más complejo evitar escenas eróticas o sexuales que contarlas. La escritura se dio naturalmente ya que esta historia pedía ese camino. No sentí que transgredía algo, más bien todo lo contrario. La sensación era de estar siendo honesta con lo que quería contar y lo que los personajes necesitaban. Y una búsqueda especial de cómo se cuenta una escena erótica, porque cada historia tiene sus propias necesidades. Recuerdo cuando escribíamos junto a Grisel Estayno “Si te morís, te mato”, una de las dos protagonistas le relata en un mail a la otra una experiencia sexual con un chico. Esa escena la reescribimos varias veces porque nos importaba mucho encontrar el tono justo. No da igual contar una escena sexual de una adulta que de una adolescente, no es lo mismo si es con alguien con quien ya estuvo que si es un primer encuentro, no es lo mismo contarlo en tercera persona o en primera. A lo que voy es que, como en cada una de las elecciones que hacemos en un texto, hay un cuidado en el cómo lo contamos que es más importante que la decisión de contarlo. El proceso de edición de todo el libro Radiografía del Instante, en el cual aparece “Colchones” fue hermoso y fluido. Trabajamos el libro con Luz Azcona en profundidad y bajo la mirada de Silvia Díaz y Cecilia Repetti y, ni en este cuento, ni en otros en los que también hay escenas sexuales, jamás recibí algún comentario que insinuara que podía ser un problema. Creo que en los últimos años ha habido una mayor apertura del lado de las editoriales, y que supongo que está conectada con una apertura en el universo escolar. Hace no tantos años otra novela mía, “Como una película en pausa” tuvo un camino más difícil hasta ser editada. Recibía muy buenas devoluciones, pero preocupaba la idea de que el protagonista estuviera enamorado de su mejor amigo. Finalmente salió por Edelvives, impulsada por Natalia Méndez y, salvo algún comentario que otro suelto, de los que siempre se encuentran, el libro tuvo muy buena llegada en las escuelas. El año pasado visité una misma escuela por tercer año consecutivo para hablar de Como una película en pausa. La primera vez que había ido la mayoría de las preguntas giraban en torno a la orientación sexual del personaje. El segundo año ya el intercambio fue tomando otro rumbo, pero todavía una gran parte de la curiosidad pasaba por ahí. El tercer año hablamos de la historia, de la construcción, de las voces. No solo no se mencionó como algo importante la atracción de Luciano por Damián, sino que también los alumnos propusieron finales alternativos en varios de los cuales sugerían que los tres personajes probaran el poliamor. Pienso en este recorrido, desde la historia de Lucho y Damián en Como una película en pausa hasta la historia de Mateo y Hernán en “Colchones”… Que una de ellas haya generado más temores a la hora de publicarlo y que en la otra ni siquiera se hablara de que son dos chicos. Y lo conecto con esos cambios que fui viendo año tras año en los colegios, y entiendo que el paso del tiempo hace lo suyo, pero que no fue magia, fueron la ESI y leyes como la Ley de Identidad de Género, Matrimonio Igualitario, entre otras, y las y los docentes que acompañan los procesos, que escuchan a sus alumnos y que eligen textos como todos los que se mencionan en este artículo, que reflejan cosas que las alumnas y los alumnos conocen y atraviesan. Con respecto a la repercusión con los lectores, me llegan comentarios de mucha identificación con los personajes. Siento que hay un registro de esa búsqueda de honestidad que la mayoría de los lectores agradece.
Laura Ávila nos contó la particular relación entre la ficción y la vida real, no solo de Moreno y Guadalupe, sino de la propia autora. Una delicia de relato.
Esta escena de Moreno fue tomada de la vida real. Mi primera vez fue linda, pero veloz. Mi coequiper me dijo esa frase cuando terminó (porque él sí terminó): “la próxima vez va a ser mejor”. Igual tuvo razón. Cuando empecé con el guion no había tenido sexo todavía, arranqué a escribirlo a los 15 años. Las primeras versiones de esa escena eran increíbles, pero no porque estuvieran bien escritas, sino porque no había conocido la experiencia y escribía puras fantasías. Con el tiempo y el paso de las vivencias reescribí muchas veces los momentos sexuales, pero al final decidí contarlo así, simple y verosímil. Hoy releo y veo que lo que quedó no es una escena inaugural de sexo, sino más bien lo que pasa después: esa desprotección que tiene una cuando lo hace por primera vez ante un varón que piensa que estuvo genial, esa mezcla de excitación no resuelta y cierto desencanto. El texto original tenía tres pasajes más, bastante explícitos, que servían para hablar del crecimiento de los personajes y de cómo habían aprendido a amarse también con los cuerpos. Ellos hacían la revolución aún en la cama, en un siglo en el que el amor no era romántico, en el que las uniones eran más acuerdos comerciales que otra cosa. Eran escenas tiernas y salvajes como yo misma, pero como Moreno salió publicado para jóvenes, no quedaron en la edición final. Mis palabras de amor son para Natalia Méndez, mi editora, que me tuvo mucha paciencia. Nunca había editado un libro con este formato, ni yo tampoco. A los lectores les gusta mucho Moreno y no se escandalizan con la lectura. Son adolescentes, la transitan con diversión, un poco siendo cómplices de esa pareja que está aprendiendo.
Sandra Siemens fue muy clara y muy franca a la hora de respondernos: no solo tomó en cuenta la escena referida sino otras de otros de sus novelas y además, puso en negro sobre blanco algo que a muchos autores les ocurre: la duda de si “esto pasará” y la consecuente decisión posterior que cada escritor o escritora toma.
La verdad es que no he tenido una devolución por parte de los lectores con respecto a esa escena puntual. Supongo que no les ha llamado mucho la atención. Como bien lo comentan al inicio de esta nota, los libros que llegan a los colegios están mediados por una larga cadena de adultos. Creo que ese es el territorio donde todo esto entra en debate, y no en el de los lectores. Recuerdo que en la primera novela que publiqué, Un tren a Cartagena, había una escena en la que un personaje se masturbaba. La editora me llamó por teléfono y me dijo que convenía sacarla porque de otra manera el libro no entraría en los colegios. Yo era joven, era mi primera novela, así que escuché el consejo y por lo tanto nunca pude saber qué pensaban los lectores. Con los años me fui dando cuenta de que la LIJ estaba bordada de tabúes. No solo las escenas de sexo sino también las malas palabras (eso sí me lo han preguntado lectores, por quéusted usa malas palabras) la muerte, el suicidio, la violencia, el aborto, los finales no felices (eso también me lo han cuestionado). El negocio editorial es un negocio y sería muy necia si no entendiera eso. Las editoriales publican libros para vender en los colegios, y claro que los textos conflictivos son un problema. Con los años me di cuenta de que la LIJ también estaba bordada de algunos editores que estaban dispuestos sino a quebrar, por lo menos a filtrar esos tabúes, y por suerte en mi trabajo he dado con muchos de ellos. Creo que el riesgo con este aspecto de lo políticamente correcto de la LIJ es que la escritura se vuelva un eufemismo. Que no diga. Que se quede en la superficie. O que se vuelva una palabra esterilizada. Yo estoy particularmente atenta a eso en mi escritura. Intento ser fiel a lo que quiero decir. Aunque si tengo que ser sincera hay momentos en los que escribo y me pregunto ¿pasará esto? igual no me detengo, sigo adelante. No es mi problema. Mi problema es encontrar la manera de contar lo que quiero contar. Hay una escena en una novela que se llama Tatuajes, en la que ubico a un Paul Gauguin ya viejo y moribundo con las piernas llenas de pústulas acostado con su mujer, una muchacha de catorce años con las piernas recién tatuadas. A mí me parecía una escena muy bella, pero en el fondo de mi corazón estaba esperando que me la rebotaran porque alguien podía leerlo como pedofilia. Y no. Pasó y nunca jamás recibí ningún comentario al respecto. Al contrario, en una visita a un colegio en México, los lectores tenían que elegir las escenas que más les habían gustado y me conmovió que una lectora hubiera elegido ésta. Igualmente es curioso como los autores seleccionados -salvo Inés cuyo texto es un poco más explícito pero con un lenguaje medido y cuidado-, hemos elegido el camino poético para contar. La elipsis. El desplazamiento. La metonimia. Se me ocurre un paralelismo con el humor cuando el humor dice lo que el discurso formal no puede decir. Creo que el panorama en la LIJ se viene abriendo mucho y hay cabida para textos que hace años no la hubieran tenido. Hoy las “malas palabras” no son un problema (o mayormente no lo son), pero de todos modos no sé si la LIJ otorga el permiso para un lenguaje más directo. No imagino una escena con una elección lexical que incluya verga, concha, ni siquiera vagina o pene. Y no importa si son palabras que forman parte de la narrativa cotidiana de los lectores. Da la impresión que a la LIJ se le siguen pidiendo textos esterilizados. Aunque a la palabra teta (no seno ni pecho) la usé en un poema que se publicó el año pasado y tengo que decir que nadie me dijo nada. Claro que tenemos que convenir que la palabra teta tiene otras connotaciones no sexuales y eso la habilita a circular con mayor libertad. Igual falta camino. Creo que es fundamental que ningún autor se quede con las ganas de decir lo que tiene que decir y de la manera en que quiera hacerlo. Tal vez tarde más en encontrar al editor o editora y cuando lo haga, tal vez ese texto tarde todavía más en encontrar a sus lectores. Pero esa es otra elección.
Acá les dejamos los fragmentos de textos, las preguntas y las respuestas. Las conclusiones finales, amigos y amigas del Boletín Ventanas, les quedan a ustedes. Los libros, decía Borges, terminan con la lectura. Las notas periodísticas también.
Antonio Santa Ana, Buenos Aires, 1963. Escritor y editor. Publicó: Lo ojos del perro siberiano, Nunca seré un superhéroe, Los súper fósforos, Ella cantaba (en tono menor), Las canciones de Constanza y Bajo el cielo del sur. Ha sido traducido al italiano y al portugués.
Inés Garland escribe, trabaja como traductora, y coordina talleres literarios. Ha publicado novelas y libros de cuentos para adultos, jóvenes y niños: Una reina perfecta, La arquitectura del océano, Una vida más verdadera, Con la espada de mi boca. Con su novela juvenil Piedra, papel o tijera, traducida a varios idiomas, fue la primera autora hispanoparlante en ganar el Deutscher Jugendliteraturpreis, uno de los premios más importantes del mundo editorial en Europa. En 2019 recibió el premio Aladelta por su novela para niños Lilo que saldrá pronto en la Argentina.
Melina Pogorelsky nació en 1979 en Buenos Aires. Es escritora y docente. Coordina el espacio de Literatura Infantil “Rato Libro” y brinda talleres de creación literaria. Publicó la saga de Los Súper Minis, Nada de mascotas, Una ciudad mentirosa y la trilogía Las Súper 8. Su novela Como una película en pausa recibió el premio destacado Alija 2017 como Novela Juvenil y Premio Fundación Cuatrogatos 2018. En 2018, se editó Subacuática, su primera novela para adultos. En 2019, se publicó Radiografía del instante que recibió la distinción de Alija en la categoría Cuento Juvenil.
Esteban Valentino nació en la provincia de Buenos Aires en 1956. Es Licenciado y Profesor universitario en Letras. Entre otros premios obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven en 1983 y en 1988 el Premio Alfonsina Storni de Poesía. En 1995 le fue otorgado el Premio Amnesty International y fue Destacado de ALIJA en cuatro oportunidades. Algunos de sus libros son A veces la sombra; La soga; No hay más que candados para Helena; Sin los ojos, Todos los soles mienten; Caperucita II, Es tan difícil volver a Ítaca, Titanis, El hombre que creía en la luna.
Sandra Siemens es una escritora argentina nacida en 1965. Vive en Wheelwright, un pueblo del sur de Santa Fe. Desde muy joven se interesó por la escritura y asistió por varios años al taller de la escritora Alma Maritano. Entre otros premios recibió el Premio Norma-Fundalectura 2008 por El último Heliogábalo y dos veces el Premio Barco de Vapor por La muralla (2009) y Bombay (2018). En 2015 ALIJA destacó a sus libros La tortilla de papas y Tatuajes como Mejor cuento infantil y Mejor novela juvenil, respectivamente. Y en 2016, Lucía, no tardes, como Mejor novela juvenil. En 2010 recibió la distinción White Ravens por su libro El hombre de los pies-murciélago, y en 2015 la misma distinción por su libro La tortilla de papas. Entre sus obras se pueden destacar Un nudo en la garganta, De unicornios e hipogrifos, ¡Ay! dijo Filiberto, El hombre de los pies-murciélago, La doncella roja, Lucía, no tardes.
Laura Ávila nació en Buenos Aires. Es guionista, novelista y realizadora cinematográfica. Sus obras combinan divulgación histórica argentina con aventura, acción y recreación de la vida cotidiana. Publicó, entre otros libros, las novelas La Rosa del río, La sociedad secreta de las hermanas Matanza (Destacado de ALIJA en novela infantil), El pan de los patricios, Final cantado, Moreno, Los músicos del 8 y Los espantados del Tucumán. Escribió las series de animación Juan y Yastay e Historias Chicas, dirigidas por Pedro Blumenbaum. Esta última recibió una Mención en los Premios Nacionales en la categoría de Guión de Radio y Televisión. Para cine escribió Tiempos menos modernos, film ganador del Festival internacional de Trieste.
* Mario Méndez, maestro, escritor para niños y jóvenes, y cofundador de de la editorial Amauta, forma parte de la Comisión Directiva de ALIJA.
En un número que tiene como eje la sexualidad, nada más tentador que mirar por la ventana, y en nuestro recorrido literario en búsqueda de la presencia o ausencia del deseo sexual en infancias y adolescencias, nos encontramos con este particular libro de postales, Color de rosa. Un abecedario. Nuestra compañera Verónica García Ontiveros* entrevistó a su autora, la artista visual Mariana Nobre*, y esto fue lo que nos contó.
Así comienza la presentación de Color de rosa en el blog de Mariana Nobre, el cual elegimos por cómo cuenta visualmente, entre muchas otras cosas, realidades que incumben la sexualidad, los cuerpos y el deseo de niñxs y adolescentes.
Lo que vemos, lo que no vemos. Lo que la LIJ presenta a sus lectores y lo que no. ¿Qué mostrar?, ¿qué contar?, ¿hasta dónde?, ¿hasta cuándo? Pero que no sea del todo fácil encontrar estas cuestiones en la letra, y menos en la imagen, no significa que no existan, al contrario. Cobran mayor tamaño, tanto en el plano de lo real como en el artístico, por eso cuando aparecen, pueden hacerlo casi como un grito, como en el caso de Color de rosa.
De la entrevista a Mariana Nobre
Ventanas: ¿Contanos cómo nace, Color de rosa? Abecedario?
Mariana Nobre. Ante todo, el libro surge a partir de imágenes reales. Escenas con las que me iba encontrando, que iba viendo, captando, y me interpelaban profundamente. Las diferentes infancias y adolescencias son de gran interés para mí. Soy una estudiosa del tema, coleccionista de libros ilustrados, con más de doscientos en mi biblioteca.No es el primer libro que hago que aborda estas cuestiones, de hecho ahora mismo estoy trabajando en un nuevo proyecto.Dicho esto, todo el proceso, desde la necesidad de contar, la producción y selección llevó más de un año y medio.
V. Es un libro objeto? M. N. No lo pensé como un libro objeto por definición. Se convirtió en lo que hoy es, porque ciertamente la gran cantidad de imágenes que había recabado, en la mirada total era un tanto bajón, y necesité encontrar una forma en que lo que mostrara no fuera definitivo, por eso la movilidad de las imágenes sueltas, para intercambiarlas, jugarlas, cambiar el comienzo o el final. El libro concebido como objeto, es una caja para abrir y descubrir,permite jugar, manipular el material a conveniencia. Abrir la caja para abrir preguntas, debates sobre las escenas planteadas. Lo pensé para que pueda usarse en grupos de trabajo, tal vez hasta en escuelas, como material facilitador para los docentes con sus alumnos, a la hora crear fisuras, aperturas, a ciertos temas que ofrecen dificultad o para los que no cuentan con textos escritos al respecto.
V. ¿Por qué postales? M. N. Porque justamente se presentaron como escenas y una postal es eso, una instantánea de una imagen o una situación. Quería extraer lo que estaba sucediendo en lo que veía. Además, como te decía, quería que fuera dinámico, que pudieran armarse secuencias, historias, con comienzos y finales que no fueran absolutos. Como autora, elijo dejar lugar a los lectores para que sean quienes completan la historia. El formato permite abrir historias, más que cerrarlas.
V. ¿Y cómo fue el proceso de escribir los textos? M. N. La idea fue contar pequeñas historias. El primer pensamiento fue crear un diálogo entre imagen y texto. Algunos completan la imagen, otros la contradicen, otros dejan un espacio, como un gran paréntesis para que el lector lo reponga.
V. ¿Cómo elegiste el nombre? M. N. En primer lugar me gustan las frases hechas. Y en este caso, además de estar el color rosa, estereotipado como algo “bueno”, contrastaba notoriamente con este resultado que te contaba de ver todo el trabajo junto y que fuera, digamos, denso.El color rosa me dejaba entrever la esperanza de que estas historias pueden tener un buen final, pese a que en un primer impacto algunas no lo parezcan.
V. ¿Y por qué un abecedario? M. N. Inicialmente para acotar. Para poder ponerme un límite y elegir cuántas imágenes incluir porque eran más de cincuenta. Digamos que fue una herramienta. Luego llegó el desafío de las letras, que inspiraron los textos que acompañan las imágenes, porque no se trató de elegir nombres al azar, incluso para las letras más difíciles. No se trataba de poner “Ximena” o “Walter”. Una letra, un nombre, le aporta al proyecto un sentido de identidad, fundamental en estas etapas de la vida. Me parece importante que los protagonistas de las historias sean “alguien” en particular, y que sus deseos e historias sean especiales también.
¿Cuál es el recorrido que viene haciendo el libro? M. N. Sorprendentemente, el libro viene haciendo un recorrido solo. Desde el comienzo supe que no iba a ser un libro fácil de publicar. Aun así lo presenté en el showroom de las Jornadas Profesionales para Ilustradores de la Feria del Libro, donde recibí muy buenas devoluciones de editoriales de todos los tamaños, incluso de las más grandes, pero nada que se concretara en la decisión de publicarlo. Esa primera maqueta, ajada como estaba luego de la muestra, alguien la quiso comprar, y le dije “No, te hago otra.” y así hice cinco y las vendí, hice diez y las vendí, hice quince y las vendí, veinte…
V. ¿Y por qué creés que pasa esto? M. N. Es un libro que por algún lado se va metiendo porque pone la mirada en el centro. Aborda las infancias y adolescencias, en todos sus aspectos, de una forma más real, cuenta verdades más carnales, más desnudas, en imágenes que abren, que no se quedan en la mitad.
Mariana Nobre (Buenos Aires, 1978) es ilustradora, docente de Artes Visuales y actriz. Se formó en la UNA, de la cual egresó y en donde ejerce como profesora en la Carrera de Escultura desde el año 2006. Actualmente se dedica a la producción de libros de artista, libros objeto y libros ilustrados. Ganó en 2012 el Primer Premio en el concurso Arte Consentido por su obra «No soy el espejo» (libro objeto) y en 2019 obtuvo la mención de honor por su obra Color de Rosa. Un abecedario en el marco del 2do Congreso Mundial Infancia sin violencia. Publicó 3 libros ilustrados, El nacimiento de la Personaja (2010), La sala de Espera (2016) y Color de Rosa (2019).
*Verónica García Ontiveros es redactora publicitaria, escritora y coordinadora de talleres de escritura LIJ. Integra la Comisión Directiva de ALIJA.